LA VERDAD ES REVOLUCIONARIA

de Mario Tronti
Artículo publicado hace unos meses en la revista Pandora. Hemos traducido rápidamente unos fragmentos, al final está completo en italiano. Este artículo plantea cuestiones esenciales para nosotras, aunque tengamos que leerlo a contrapelo.
Sobre le populismo, casi todo ha sido dicho. Sobre la representación, no queda casi nada por decir. Desplazaría el fuego del discurso crítico: hacia el punto del cual no se habla, sino que se calla. Hoy hace falta un retorno a lo grande de la crítica. Y sin embargo, sobre el carácter que debe asumir, tenemos que ponernos de acuerdo : al menos entre quien expresa la voluntad política "para una crítica” sobre todo lo que es. Pero – aquí el punto – lo que es no corresponde con lo que aparece. Gran parte de los movimientos de opinión, en la edad de la comunicación de masas, toman como enemigo la apariencia, combaten aquello que ven, es decir aquello que se les hace ver. La realidad es así dejada libre para operar sobre ellos, contra ellos. Y vence, porque ya no tiene adversarios.
Mirad. No desde hace años, desde hace decenios, desde los fabulosos años Ochenta, se repite aquí en Occidente la frase: Ha cambiado todo y todo cambia velozmente. No es verdad. Todo es substancialmente como antes, todo está desesperadamente quieto. A subrayar “sustancialmente”. Las formas de existencia de una sociedad capitalista se han transformado radicalmente, pero el capitalismo como sustancia de vida, es decir como relación social y como estructura de poder, ¿es todavía el mismo o hemos salido de él?
(...)
(…) No hay hegemonía sin autonomía, no hay lucha sin organización, no hay política sin cultura política.
Siglo XX, se dice. Y así se cree liquidar el discurso. Y entonces asumamos este problema. Porque ahí hay un problema. La condición es angosta. No hay un futuro de inmediato rescate. Correr detrás de las ilusiones no está en el equipaje de aquella gran fuerza histórica que ha sido el movimiento obrero. Quien viene de allí no dice: tengo un sueño. Dice: tengo un proyecto. Debo hacer una cosa que se puede hacer. Preparo los medios necesarios para hacerla. ¿Intentar lo imposible? Sí, pero para obtener, weberianamente, lo posible. ¿Ponerse de la parte del error? Sí, pero para llegar a tener razón. Y ésta nadie te la regalará. Te la tienes que conquistar, con la habilidad y con la fuerza, con el león y el zorro. En un cierto punto hemos oportunamente prescindido del materialismo dialéctico, con su pretensión de explicar la esencia de la naturaleza entera. Creo que ha llegado el momento de prescindir del materialismo histórico, con su intención de explicar la esencia de todas las sociedades. Basta un realismo político para hacer la crítica de esta forma social, que ponga las condiciones, y por ahora sólo aquellas, necesarias para una posible superación de la misma. Es ahí dentro que hace falta trabajar, y luchar. No es necesario el después para combatir aquí y ahora. Describir en su verdad el presente, es suficiente motivo para la movilización, causa desencadenante de una oposición a aquello que es. Si se consigue descifrar, para cada uno, a cada momento de su existencia cotidiana, el arcano de la mercancía, si se consigue desde aquí denunciar la alienación de la esencia humana del actual ser humano, ahí, se habrían puesto los fundamentos para un rechazo colectivo del sistema. Se necesitaría un Partido/Príncipe para hacerlo. En la organización de esta forma sería buscado todo lo nuevo de lo cual hay verdaderamente necesidad.
(...)
Pero no es verdad que la historia ha acabado. Es solo una película interrumpida por anuncios publicitarios de la crónica cotidiana, que parecen eternos. Han terminado las filosofías de la historia, las narraciones ideológicas burguesas de un indetenible progreso hacia lo mejor. Lo mejor te lo debes conquistar. Tienes que imponerlo al curso de la historia, que rema en contra. Incluso esto, quizá sobretodo esto es política. Y política antagonista. Es esencial no dejarse tentar por el todo y en seguida, por la simplificación, la improvisación, es decir de nuevo por la ilusión inconstante y minoritaria. No existen atajos. El camino es largo, y lento. Incluso quien, como nosotros, se resiste a asumir el nombre de reformista, debe sin embargo disponerse a repensar el concepto de revolución. Se trata de un proceso, articulado, contradictorio, no lineal, no progresivo. Alguno nos había advertido que no se iba a tratar de un paseo por la avenida Nevskij. Incluso con este capitalismo las cuentas son complicadas. No se trata de resolverlas, por usar una expresión de Marx, "a la plebeya". Se trata más bien de levantar un desafío, devolviendo una influencia creíble al rechazo de la lógica del sistema. Como para el Estado, la sociedad burguesa se cambia, no se abate, no se niega, se supera. Y en la superación hay siempre el movimiento del mantener aquello que sirve. En la contingencia, es decir en la realidad, está concedida sólo el uso del enemigo. De nuevo, esto es política. Pero se requiere, fuerza, inteligencia y, propiamente, autoridad.
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El escándalo de algunas de las proposiciones del artículo, en tanto violencia del pensamiento, nos fuerzan a esclarecer una posición. 
En Italiano:

La verità è rivoluzionaria

L’articolo di Mario Tronti apparso sul numero 1 della rivista Pandora. Pandora è la rivista di teoria politica nata per impulso di Giacomo Bottos, giovane studioso, autore con altri de "L’Apparato", la graffiante pagina facebook che con le armi dell’ironia ha criticato sapientemente la sinistra italiana e non solo. Animata prevalentemente da giovani autori, essa vuole aprire un discorso sulla politica, per questo è aperta a contributi e collaborazioni da parte di studiosi, militanti, interessati.
Sul populismo, quasi tutto è stato detto. Sulla rappresentanza, quasi nulla c’è più da dire. Sposterei il fuoco del discorso critico: verso i punti di cui non si dice, ma si tace. Di un ritorno in grande della critica c’è oggi bisogno. E però sul carattere che essa deve assumere, ci si deve intendere: almeno tra chi esprime la volontà politica di un “per la critica” riguardo a tutto ciò che è. Ma - ecco il punto - ciò che è non corrisponde a ciò che appare. Gran parte dei movimenti di opinione, nell’età della comunicazione di massa, prendono come nemico l’apparenza, combattono quello che vedono, cioè quello che gli viene fatto vedere. La realtà è così lasciata libera di operare su di loro, contro di loro. E vince, perché non ha più avversari.

Guardate. Non è da anni, è da decenni, dai favolosi anni Ottanta, che si ripete qui in Occidente la frase: è cambiato tutto, e tutto velocemente cambia. Non è vero. Tutto è sostanzialmente come prima, tutto è disperatamente fermo. Da sottolineare: “sostanzialmente”. Le forme di esistenza di una società capitalistica si sono radicalmente trasformate, ma il capitalismo come sostanza di vita, cioè come rapporto sociale e come struttura di potere, è ancora quello o ne siamo fuoriusciti? Le sue grandi trasformazioni, indubitabili, ci autorizzano a firmare con esso un patto di stabilità che lo certifichi come eterno presente? L’avvento del nuovo che avanza, a datare da fine Novecento, non si rivela adesso per quello che è, cioè un ritorno di Ottocento? Perfino la scienza economica più avvertita ormai se ne accorge: vedi il confronto in quel d’America tra Thomas Piketty e Stiglitz e Krugman. Queste sono le domande. Io penso che oggi la lotta, prima ancora che tra il giusto e l’ingiusto, è, deve essere, tra il vero e il falso. C’è un nuovo senso da dare al vecchio detto del movimento operaio: dire la verità è rivoluzionario.
Siamo in una fase pre-marxiana, senza prima di noi uno Hegel che ci abbia consegnato il sistema e il metodo di un tempo appeso col pensiero. Marx aveva da superare istanze utopiche, che pasticciavano con la cucina dell’avvenire. Rispondeva mettendo sotto critica il presente storico, per capire se nelle pieghe delle sue contraddizioni si potesse scorgere, una forza, un soggetto, in grado di rovesciare lo stato delle cose. Per far questo aveva bisogno di premettere all’analisi scientifica del capitale la critica dell’ideologia borghese. Ecco il modello. Oggi è tornato necessario ripartire dal Marx giovane per arrivare al Marx Maturo. Occorre ripartire dalla critica dell’apparato ideologico di mascheramento della realtà, che è diventato, molto più che allora, il modo stesso di funzionamento della realtà. Molto più che allora, perché non essendo stato teorizzato a livello, diciamo, hegeliano, si presenta come un dato empirico, immediato, antropologicamente quotidiano: di qui, la difficoltà a scoprirlo e a colpirlo. E molto più che allora, perché globalizzato, non più ideologia tedesca, ma occidentale, a centralità euro-americana. E soprattutto, universalizzato, apparato ideologico proprio, in forme diverse, di tutte e due le classi in lotta, senso comune intellettuale e buon senso di massa. Il progressismo democratico è lo spazio-tempo entro cui ruotano i venti, che provocano a seconda delle stagioni, il. sereno dello sviluppo o le nuvole della crisi. La rivoluzione permanente si è realizzata tecnologicamente, presupposto metafisico, dato ontologico, che condiziona i modi del conoscere, e del comunicare e, quindi, dell’agire.
Manca oggi il punto di vista, assunto e coltivato da una parte. E qui c’è il crollo di cultura politica: che riguarda sia i ceti dominanti che quelli subalterni. C’era una volta la teoria del crollo, la Zusammenbruchstheorie, con qualche accenno in Marx, con più di una suggestione nel marxismo: Il sistema capitalistico pareva destinato alla catastrofe: nel ’29 la profezia sembrò avverarsi, dal 2008 è sembrata ripetersi. Ma questa in cui viviamo è una forma sociale che si rovescia in se stessa, si autotrasforma, cresce e cambia attraverso crisi, Proteo che sa apparire diverso da quello che è, e proprio così sopravvive. Le nuove generazioni, di intellettuali e di politici, dovrebbero sapere questo: che sono figlie del tempo in cui la teoria del crollo è andata ad avverarsi non nel capitalismo, ma nel movimento operaio. Attenzione, però: saperlo, non porta a disarmare le idee e a disorganizzare le azioni, ma al contrario a riarmarle e a riorganizzarle, prendendo atto di questo fatto, crudo, crudele. L’idea che lì, nel mitico ’89-’91, sia accaduto qualcosa che ha rimesso in cammino le magnifiche sorti e progressive dell’umanità è la contro-verità ideologica che ha occupato militarmente l’ultimo quarto di secolo. Smascherarla è il compito più urgente. Qui sta la premessa per qualsiasi progetto di ritorno in campo di un pensiero critico e di una prassi trasformatrice. Senza questo passaggio di liberazione dal mito non ci sarà riconquista di una ragione alternativa. Non c’è egemonia senza autonomia, non c’è lotta senza organizzazione, non c’è politica senza cultura politica.

Novecento, si dice. E con questo si crede di liquidare il discorso. E allora assumiamolo questo problema. Perché questo fa problema. La condizione è stretta. Non c’è futuro di immediato riscatto. Correre dietro alle illusioni non sta nel bagaglio di quella grande forza storica che è stato il movimento operaio. Chi viene da lì non dice: ho un sogno. Dice: ho un progetto. Devo fare una cosa che si può fare. Appronto i mezzi indispensabili per farla. Tentare l’impossibile? Si, ma per ottenere, weberianamente, il possibile. Mettersi dalla parte del torto? Certo, ma per arrivare ad avere ragione. E questa nessuno te la regalerà. Te la devi conquistare, con l’abilità e la forza, con il lione e la volpe. A un certo punto abbiamo opportunamente fatto a meno del materialismo dialettico, con la sua pretesa di spiegare l’essenza della intera natura. Credo sia venuto il momento di fare a meno del materialismo storico, con la sua intenzione di spiegare l’essenza di tutte le società. Ci basta un realismo politico per la critica di questa forma sociale, che ponga le condizioni, e per adesso solo quelle, di un suo possibile superamento. E’ qui dentro che bisogna lavorare, e lottare. Non c’è bisogno del dopo per combattere il qui e ora. Descrivere nella sua verità il presente, è già sufficiente motivo di mobilitazione, causa scatenante di una opposizione a ciò che è. Se si riuscisse a decifrare, per ognuno, a ogni ora della sua esistenza quotidiana, l’arcano della merce, se si riuscisse di qui a denunciare l’alienazione dell’essenza umana dall’attuale essere umano, ecco, le fondamenta sarebbero poste per un rifiuto collettivo di sistema. Ci vorrebbe un Partito/Principe per farlo. Nella organizzazione di questa forma andrebbe cercato tutto il nuovo di cui c’è veramente bisogno.


Il dramma storico, specifico, idealtipico del nostro tempo, è il fatto che sono venuti a mancare quel soggetto sociale e quella forza politica, in grado di irrompere nelle contraddizioni presenti per mettere in crisi l’equilibrio che le contiene e soprattutto le trattiene. La crisi di sistema è autoprodotta dal capitalismo, come sempre, per suoi problemi, nella fase, impossibili da risolvere, senza un passaggio di ristrutturazione. Questo, infatti, è la crisi. In passato, il difetto del movimento operaio, in Occidente, era la sua incapacità di immettere, esso, crisi nel sistema, in quanto parte interna antagonista. Sapeva però usare la crisi per la sua propria crescita di presenza e di forza. Oggi, c’è qualcosa di più grave: senza forza organizzata, nessuno, in nessun luogo, è in grado di usare la crisi per la critica. Questa è la vera causa strutturale dell’attuale disorientamento politico di massa. Tutto il resto segue: i populismi di vario segno, dal basso e dall’alto, le pulsioni antipolitiche, la protesta sociale, o corporativa, o anarchica, comunque diffusa, inespressa collettivamente e dunque esistenzialmente rabbiosa. La risposta, subalterna, nel segno della personalizzazione demagogica della leadership segue a sua volta il vento, non lo contrasta, lo esprime, lo rappresenta.
Allora. Quella che si dice adesso società civile è soprattutto questo vento. Anche qui, realisticamente, è bene non illudersi. Quelle minoranze attive, movimenti, volontariato, cooperazione, mutuo soccorso, esperienze esemplari di persone eccezionali, che conosciamo, niente possono contro questo spirito del tempo, che soffia dove vuole, questa piena delle acque che travolge tutti gli argini, allaga i campi, e su cui galleggiano i relitti di una politica che fu. Nulla possono senza una direzione dall’alto, complessiva, che organizzi un processo in controtendenza. La decadenza di ceto politico non si combatte concedendo rappresentanza diretta a una maggioranza democratica pre-politica. Il problema di governo così non si risolve, si aggrava. L’antipolitica è un’epidemia: il virus si prende e si diffonde, incurabile, per via di agire comunicativo, in età adulta. Ormai ne sembrano immuni solo i bambini, che infatti, a guardarsi intorno, risultano gli ultimi esseri umani sani. I politologi, invece di andare in giro a raccontarci tutti i giorni quello che già sappiamo, dovrebbero chiudersi in laboratorio a sperimentare almeno un vaccino. Non è vero che c’è poca rappresentanza. Ce n’è troppa. Le forze politiche, in campagna elettorale permanente, in queste democrazie del voto su tutto e sul niente, si lasciano dettare passivamente il loro “che fare” dagli umori che circolano nelle vene di un civile senza sociale, civiltà senza società, o meglio, civilizzazione senza socializzazione, ultimo più che coerente prodotto di un capitalismo trionfante perfino nella crisi.
Per la decisione conta oggi più una piazza che un ministero. Conta più un urlo dell’opinione che una legge del Parlamento. I governi non governano, non solo perché non c’è più Stato nazione, ma perché non c’è più sovranità del popolo, nazione per nazione. Potrebbe esserci, questa, a livello sovranazionale. Sarebbe bene. Ma bisognerebbe, ad esempio, cominciare a fare di una Unione Europea un Europa. Qui e ora, sovrano è chi decide nella condizione dello sviluppo e della crisi. Introdurre le masse nello Stato era un grande progetto, in parte realizzato nei “trent’anni gloriosi” del dopoguerra, quando c’erano i partiti. Introdurre la gente nello Stato, e prima ancora nel partito, ecco l’ultimo grido: un programma reazionario, da qualunque parte venga. E viene da tutte le parti. Le masse contestavano il potere, la gente contesta i politici. Chi comanda si sente messo al sicuro per i prossimi decenni. Il guasto viene da lontano. Dall’ideologia della partecipazione alla pratica delle primarie, è una discesa. Meglio chiamarla una deriva. Che cos’è una deriva? E’ quando qualcosa accade, e tu non puoi fermarla, e dunque devi assumerla, e così però non solo ne diventi parte, ma contribuisci a farla vincere. La crisi della politica c’è, non perché la politica non ha più ascoltato, ma perché non ha più parlato. E’ diventata l’intendenza che segue invece dell’avanguardia che precede. La politica non ha più assolto alle sue funzioni: dirigere i processi, risolvere i problemi, non gestire ma governare, organizzare il conflitto, più che dare rappresentanza, fare rappresentazione del sociale, negli antagonismi di una società divisa, mostrare di avere a cuore le forme di vita delle persone, produrre futuro nella critica del presente.
Bisogna ripartire dall’alto. Per rifare popolo, è necessario, indispensabile, ricostruire classi dirigenti. Qui è l’oggi della Tigre Assenza. Non è un compito impossibile. La crisi potrebbe essere il kairòs, l’occasione, il tempo giusto. Non se ne vedono i segni. Ma non è vero che la storia è finita. E’ solo un film interrotto dagli spot pubblicitari della cronaca quotidiana, che sembrano eterni. Sono finite le filosofie della storia, le narrazioni ideologiche borghesi di un inarrestabile progresso verso il meglio. Il meglio te lo devi conquistare. Lo devi imporre al corso della storia, che rema contro. Anche questo, forse soprattutto questo è politica. E politica antagonista. Essenziale è non lasciarsi tentare dal tutto e subito, dalla semplificazione, dall’improvvisazione, e cioè di nuovo dall’illusione velleitaria e minoritaria. Non ci sono scorciatoie. Il cammino è lungo, e lento. Anche chi, come noi, resiste ad assumere il nome di riformista, deve però disposi a ripensare il concetto di rivoluzione. Si tratta di un processo, articolato, contraddittorio, non lineare, non progressivo. Qualcuno ci aveva avvertito che non si sarebbe trattato di una camminata sulla prospettiva Nevskij. Anche con questo capitalismo i conti sono complicati. Non è il caso di risolverli, per usare una espressione di Marx, “alla plebea”. C’è piuttosto da alzare la sfida, riconsegnando una credibile autorevolezza al rifiuto della logica di sistema. Come per lo Stato, la società borghese si cambia, non si abbatte, non si nega, si supera. E nel superamento c’è sempre il movimento del trattenere ciò che serve. Nella contingenza, cioè nella realtà, è concessa solo l’utilizzazione del nemico. Di nuovo, questa è politica. Ma ci vuole, la forza, l’intelligenza e, appunto, l’autorità.