MARIO TRONTI, SOBRE EL PODER DESTITUYENTE
Lo primero que me interesa que analicemos es la subjetividad política, ver si se produce hoy, y cómo, una subjetividad política. Más en general: ver si el proceso de subjetivación es en efecto el mecanismo a través del cual podemos aún pensar la acción y la militancia política. Mi pregunta concreta es si acaso no se necesita recuperar alguna enseñanza de la historia del feminismo y aceptar entonces el cortocircuito del proceso mismo de subjetivación, del sujeto como lugar eminente de la formación de la acción política. Porque es evidente que los procesos de subjetivación han mostrado sus límites, y quizá conviene empezar a pensar lo político yla política a partir de esta imposibilidad de razonar en los términos clásicos de la subjetividad política.
En realidad, ya hace cierto tiempo que no razono en términos de subjetividad, y es por un motivo preciso: porque cuando se dice subjetividad se necesita tener una al alcance o en acción. Cuando, sin embargo, no la tenemos de ninguna manera, si se habla de subjetividad parece que se hable de otra cosa. Por detrás asoma una cuestión más de fondo, que es la crisis del sujeto moderno que se hace una con el agotamiento del proyecto moderno, proyecto fundado precisamente sobre el sujeto. Hace tiempo que estamos dentro de esta dialéctica proyecto-sujeto. Creo que el propio Marx siguió un derrotero idéntico.
Pienso que la cosa viene de muy atrás, no de decenios, sino de siglos: desde el inicio de la edad moderna hasta la mitad del siglo XX. Esta idea de subjetividad —e incluso la idea de sujeto— ha tenido varias evoluciones. Ha sido objeto de una importante reflexión filosófica, pero no es sino con el marxismo, con el movimiento obrero, que esta subjetividad se hace subjetividad colectiva, una subjetividad social, política. Y creo que el arco dibujado por la modernidad, del sujeto singular, del sujeto-individuo, al sujeto social, concluye la historia del sujeto. Esta forma de presencia en la historia ha entrado en crisis. Mi impresión es que otra historia está a punto de abrirse camino, pero todavía no está claro cómo se desarrollará. Tengo la impresión de que con la emergencia de la clase obrera, del sujeto obrero, de la subjetividad obrera, se ha llevado a su conclusión la historia moderna del sujeto, la historia del sujeto moderno o, si se quiere, de la subjetividad. La irrupción de la clase obrera me parece más un hecho conclusivo que el inicio de una historia. Es propiamente la conclusión de la historia como tal. Pero lo dicho no implica rebajar la presencia de la clase obrera, creo que la ensalzo, en el sentido de que se trata de una fuerza que ha logrado llevar a término el largo y complejo recurrido de la historia moderna. Su derrota pone en crisis la idea de sujeto y, al mismo tiempo, no deja como residuo ningún otro tipo de subjetividad, ninguna otra forma de subjetividad. Me parece, por el contrario, que muestra el fin de la subjetividad misma.
Me ha sorprendido que en tu libro La politica al tramonto subrayes, en más de una ocasión, e incluso con trazos fuertes y notable énfasis, el sentido del posicionamiento y rehabilites la idea de una «revuelta ética», que clásicamente se ha mostrado antitética a la idea de revolución. Parece emerger un espacio nuevo, abierto a partir de la decadencia de la subjetividad política culminada en los años 60. Está claro que la dicotomía ya no es la clásica (la de Camus, para entendernos). Pero, entonces, ¿en qué sentido hablas de revuelta ética?
Efectivamente, es una expresión un poco fuera de mis hábitos mentales. Yo siempre he tenido un pensamiento antitético que, en cuanto pensamiento político fuerte, no dejaba lugar a la ética. Evidentemente, la crisis de la revolución política, junto con el primer acontecimiento que recordábamos, abre nuevos espacios. Ante todo porque el ámbito político resulta un ámbito limitado respecto al tipo de respuesta que este mundo, tal como es, nos emplaza a dar. Este tipo de mundo, este modelo social dominante, ha asumido una forma total. Ha ocupado ya todos los espacios, incluso los espacios humanos, incluso los espacios de la persona humana, y una respuesta pura y únicamente política parece una respuesta inadecuada, es decir, una respuesta a un nivel distinto en relación al problema, que es precisamente un problema total. A esto hay que añadir otra cuestión, que es la del descubrimiento de la dimensión antropológica de lo político. Aquí se entrevé la necesidad de ajustar cuentas con la sustancia del ser humano, que es mucho más compleja de lo que había proclamado la tradición revolucionaria marxista o el movimiento obrero. Se reducía el hombre al hombre trabajador, al hombre que blande un instrumento de trabajo. Así pues, ampliando la figura antropológica, ampliamos también la posibilidad de respuesta.
Por otra parte, se abren espacios nuevos porque este tipo de mundo y esta forma social, habiendo admitido esta totalidad, se muestra tan despreciable desde todos los puntos de vista que facilita su refutación. La revuelta ética muestra que hay que oponerse de una manera tan total como total es la realidad que tiene enfrente, o encima, debajo, dentro…