Revolución




REVOLUCIÓN


01.  La revolución no es una cuestión exclusivamente "política"
    Los mecanismos que moldean el contexto donde vivimos se anclan más profundamente que allí donde alcanza la tibia voluntad de los personajes de la política clásica. En el deseo de Revolución lo que late es toda una idea nueva sobre la vida. Allí, brilla un querer vivir insobornable que no deja de repetirse que “la vida no puede ser sólo esto”. Por eso, la tarea del revolucionario es dotarse de los medios necesarios, tanto para la constitución de otra forma de vida, como para la amplia tarea de destrucción que nuestra civilización reclama. Una revolución a la altura de la situación presente no puede ser una cuestión exclusivamente política, el trabajo de liberarnos de todas las deudas rituales contraídas de manos de viejos déspotas, tiranías técnicas y reformistas del tiempo, requiere de mutaciones mucho mayores. 
   
         En realidad, cómo podría tratarse de una cuestión de política clásica, parlamentaria, institucional, si el duro contexto cotidiano y general sobre el que emerge la vida psicológica de deseos, temores y esperanzas; si la trama que ritma la secuencia de la danza, dolorosa o alegre, que diariamente ensayamos, oculta, bajo el papel de su aparente neutralidad legal, la sangre seca de todos los insurgentes. Si oculta la destrucción de las vidas y los anhelos de nuestros mayores, camaradas que nosotras no queremos olvidar. La aparente continuidad institucional, occidental y democrática, moderna y constitucional, oculta en sus entrañas la discontinuidad revolucionaria de todos los asaltos al cielo. 

      02.  La revolución tampoco puede reducirse a una (r)-evolución

          La Revolución tampoco puede reducirse a una (R)-evolución. El concepto de r-evolucioón fue usado hace unos años por un grupo californiano que adolece un tanto de espiritualismo new- age, bastante más de utopismo cibernético. Este grupo y este concepto hicieron bastante ruido en internet con un vídeo: “Zeitgeist”. Después, la consigna r-evolución se hizo célebre en el Estado español de la mano de los “indignados”, sin que esté muy claro si se entendía bien el concepto que encerraba. Este concepto contiene la propuesta, increíblemente ingenua, de querer cambiar de raíz el orden de las cosas sin necesidad de violentas conmociones. Se trataría de desatar el arma de la crítica, evitando la crítica de las armas o la simple construcción de una fuerza, para avanzar, con un poco de buena voluntad, las nuevas tecnologías y algunos vídeos, hacia un mundo “verdaderamente tecnológico y verdaderamente pacificado”. Un mundo en el que la decisión –por lo tanto el conflicto y la lucha –, quedaría erradicada, ya que las máquinas apropiadamente “programadas” podrían decidirlo todo. Una utopía cibernética pues, no sólo éticamente detestable, pues nos despoja de toda autonomía, sino, también, bastante difícil de creer para cualquiera con una mínima experiencia en formas de vida común y cooperativa.
          La idea de que el desarrollo tecnológico conduciría indefectiblemente a la emancipación, estaba ya en el corazón tanto de la utopía liberal como de la utopía marxista. Conjuro soñado por una época que despertó en la actual pesadilla. Sin embargo, la utopía de la r-evolución tiene, a diferencia de estas últimas, pánico al conflicto e intenta convencerse de que éste no es esencial a la vida en la tierra. Convicción a la que llega, por un lado, a través del tecno-utupismo cibernético, y por otro, a través de un pacifismo cabeza abajo. De la cibernética hablaremos ampliamente aquí y en el blog. Sobre el pacifismo, decir que ha sido absolutamente tergiversado respecto a lo que fue: una posición hiper-conflictiva, sostenida incluso por anarquistas que trajinaban armas contra la inadmisible violencia estatal (Malatesta). También, aunque de otra manera, por Ghandi (y su utopía del gobierno de los santos), que admitía en su seno el sabotaje, el bloqueo, la ocupación de fábricas, etc., teniendo solamente por violento el herir o matar ingleses. Sin embargo, el movimiento, a su orden, se lanzaba a la confrontación directa, por ejemplo en la intentona de ocupar las fábricas de sal defendidas por la policía. No se quedaron frente a la policía gritando de impotencia, inmovilizados por su pacifismo, sino que se lanzaron en oleadas masivas, una tras otra, en un gesto de autoinmolación, de autosacrificio, que dejó miles de craneos rotos y varios muertos. De todas maneras el anarquismo pacifista siempre fue más consecuente y menos dogmático, pues una posición ética que deseaba una paz futura, no cortocircuitaba una posición política revolucionaria presente. Fue pacifista y revolucionario, en los años entorno de la primera Guerra Mundial, posicionarse contra la guerra de masacre entre Estados, sin por ello dejar de querer una vida buena y de poner en juego las fuerzas y los medios necesarios para conseguirla. Medios legales e ilegales. En cambio hoy, a través del bombardeo psíquico mediático posterior a la derrota del “asalto al cielo” de los '70, se ha convertido en la única forma de lucha aceptable, moralmente y a nivel legal: en el reino del orden de la doble moral y de la ley de excepción. Frente a la doble moral de la violencia institucional cotidiana en una sociedad pacificada; frente a una legislación de excepción que se ha convertido en la regla (evidente bajo la guerra contra el terrorismo), la forma de lucha pacifista y legalista contra el gobierno lleva siempre las de perder.
          A partir de la civilización actual no hay una evolución posible que no sea catastrófica. Prueba de ello es el estado actual del mundo entero: véase por ejemplo el libro del geógrafo Mike Davis, “Planeta de ciudades miseria”. De todas maneras, hace ya algún tiempo, Benjamin decía certeramente algo así como que la única evolución es la de las destrezas técnicas, pero no la de la humanidad, cuyos afectos y dimensiones fundamentales para el sostenimiento de la vida se han mantenido más bien constantes. Por último, no deja de ser paradójico que, en el momento en que desde las esferas del poder ya no se nos asedia con la idea de progreso (el progreso era conjurado, como hemos dicho, por el liberalismo clásico y, con enorme daño a las perspectivas revolucionarias, por la socialdemocracia hoy desaparecida), sino que, en base a la situación presente, se nos amenaza conjurando la idea de catástrofe – la catástrofe puede llegar en cualquier momento, de cualquier parte, hay que aguantar como sea y apretarse el cinturón –, es paradójico que, sea precisamente en estos momentos dramáticos cuando una posición que se quiere rompedora, pero pacífica y legal, vuelva a hablar alegremente de evolución. – Como cualquier persona lúcida sabe, nuestro mundo es irreformable y toda evolución no será sino para peor.
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      Lo que el tiempo infinito de las máquinas reclama es su interrupción. Ninguna reforma, ninguna     evolución nos ofrecerá la oportunidad de volver a habitar la tierra.
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           Si, por un momento, apagáramos en nuestro interior la televisión infinita, podríamos “ver con claridad, sin la venda del odio”1 hacia qué extensión del desierto metropolitano mundial – poblado de altos muros, check-points, drones solares, controles cibernéticos – conduce la evolución reformista de este mundo.




      03.  "es la naturaleza del momento histórico."


      En un futuro sin revolución, la red metropolitana global seguirá extendiendo e intensificando su desierto policial y monetario. Desierto dominado por el espejismo de una burbujeante civilización esquizofrénica, donde los altos valores de paz y justicia se hacen presentes indisolublemente entrelazados con intereses inconfesables y prácticas degeneradas, perfectamente integradas en la institución (explotación bestial todavía en la industria textil global; coaccioón en tantos otros ámbitos laborales; desahucios en todas las grandes aglomeraciones urbanas, en Brasil, Alemania, Italia, el Estado español; torturas en los calabozos de Barcelona o en Guantánamo; robos masivos de las riquezas minerales, agrícolas, hidrocarburos; asesinatos cotidianos a manos de la policía en cualquier rincón del planeta). Vivimos una paz social de maquila y de reforma laboral, bajo una justicia de desahucios y de impunidad.






      04.  al-khimiya


      Revolución es la apertura de un proceso en el que ciertas fuerzas ocultas acumuladas se desbordan ardientes. Éstas, como ríos de lava de la historia, cuentan con un tiempo limitado para cumplir su tarea. Una revolución irreversible, aquella que se sacude las estructuras del orden y las formas sociales, y desata la irrupción de nuevas formas cualitativas del habitar la tierra, no se cumple en dos meses, pero tampoco resiste más allá de algunos años sin que resulte victoriosa o derrotada. Al menos, por otro largo período.
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      Que una revolución así inicie su marcha, y se oriente hacia la destrucción de todas las deudas rituales que la historia cargó sobre nosotras, depende de la cualidad de la fuerza espiritual que la impulsa, según un brillo que aquí llamamos al-khimiya, alquimia.
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      Que un proceso así llegue a buen puerto, no depende únicamente de las propias fuerzas, o de la propia estrategia, depende también del campo de fuerzas contemporáneo, de las fuerzas y la estrategia del Orden que nos es hostil.
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