Alquimia


ALQUIMIA 










10.Llamamos alquimia al trabajo del fuego



La potencia del fuego es doble, por un lado es símbolo del arte de construir, del moldear artesano, del trabajo sobre los metales, la cocción, la electricidad, es decir, del habitar humano mismo. Es el fuego de Prometeo. Por otro lado, el fuego es un símbolo de la destrucción, de limpieza y purificación, castigo y venganza. Es el fuego de la Insurrección.
     Conjurar la insurrección metropolitana consiste en conocer, tramar y dominar estas dos potencias del fuego como una sola. El fuego, en este doble sentido, es el espíritu volcánico que todo deseo de revolución lleva consigo.
“En la figura de Los, el profeta de la imaginación, Blake ha incluido la concepción que tenía Paracelso del “volcán interior” (Archeus), al que llama “artífice y artesano de todas las cosas”. Es el fuego secreto que en el interior de la Naturaleza transforma el espíritu divino en materia. Sendivogius, dicípulo de Paracelso, lo llama “sol central, corazón del mundo” (“Los” es anagrama de Sol).”
A. Roob, “Alquimia y mística”

La alquimia es un nombre para el camino de la rebelión. Una rebelión contra el miedo que nos inculcaron, contra la desconfianza que nos acunó, contra la fascinación de las armas brillantes y la fatuidad del poder. Un caminar difícil, en el que un querer vivir insumiso avanza hacia el interior de sí mismo para no perderse y, a la vez, avanza hacia el exterior para encontrar a las camaradas y así, encontrarse. Este caminar avanza hacia el pasado – buscando los cortes, los hundimientos, lo olvidado, lo enterrado – para traer ante nosotras lo que está detrás nuestro trabajando, invisible, y nos impulsa y no nos deja. Al mismo tiempo este caminar se tiende hacia un presente helado, el presente que nos ha sido donado, entregado, confiado, por todos los pasados viejos y viejecitos, se tiende pues hacia este helado presente nuestro para tratar de volver a dilatarlo, a fuerza de golpes quebrar, quebrar la cadena de los segundos, la cadena de la vida contable y vacía, y así, levantar de nuevo el horizonte – allí donde vamos –, recuperar un futuro que merezca su nombre, que deje de bailar entre la repetición impotente y, la acumulación de muertos y deshechos y catástrofe.
       De esta manera la alquimia es el trabajo del fuego, una vía de la insurrección y la revolución. Para nosotras pues, no es una escuela o una identidad separada (como si ahora hubiera que hacerse alquimista), identidad que volvería a clausurar el horizonte. Es, al contrario, una apertura y una práctica, un aprendizaje y un camino, el camino del fuego y la Revolución. Hay fuego en el Blanqui presente en el espíritu de los conjurados de la Commune, hay fuego en las enseñanzas de Landauer invocando una alianza libre bajo una "iluminación profana". Existe un fuego en el corazón de cada una, un fuego por cuidar y cultivar, un fuego que resuena con los volcanes subterráneos y con el sol y los astros del cielo.
     Si la alquimia y toda su constelación conceptual fueron abandonadas, no fue tanto por una proliferación de charlatanes que existe en toda profesión – y en toda profesión de fe –, sino porque históricamente fue portadora de una fuerza mesiánica que barrió, entre los siglos XIII y XVII, un occidente y un cristianismo en crisis. Como siempre, la opción metafísica de una civilización es una opción política. Al final, es una opción que se resuelve entre revoluciones y guerras civiles. Alquimia, astrología, magia y medicina natural, forman parte de una tradición héretica propia tanto a Occidente como al Próximo Oriente. Una tradición de práctica y pensamiento cargada con una potencia material, simbólica y poética, brutal. Una potencia propiamente religiosa dirían Schleiermaher y los prerrománticos alemanes. Una potencia verdaderamente diabólica, o santa, – dicho en términos teológicos –. Estamos hablando de una tradición vinculada a un régimen de verdad particular, a un mundo, no tan lejano, reconocible en los fragmentos de Empédocles, en los testimonios pitagóricos, en la palabra de Joaquín de Fiore, de Paracelso, de Shakespeare, de Giordano Bruno, de Goethe. – Durante el sangriento alumbramiento de la era moderna, esta antigua tradición no dejó de anunciar la inminencia de un apocalipsis emancipador y mesiánico que pudo solamente derrotarse a sangre y fuego.
“El Almanac de Brunfels y algunos otros escritos de similar disposición, proveyeron de propaganda muy necesaria a las autoridades contemporáneas, quienes comenzaban a darse cuenta, a la luz de las recientes rebeliones campesinas, de que los temores y las predicciones de descontento social podían realizarse por sí mismos. Las profecías que circulaban daban pie a esos temores. El famoso frontispicio de la Practica de Reynmann de 1524 indicaba gráficamente la confrontación entre el campesinado y la institución eclesiástica bajo la constelación de Piscis. Más directamente amenazantes eran las actividades de Melchor Hofmann, predicador itinerante y practicante médico cuyo programa sectario de 1526 fue reforzado por su comentario de la predicción de Daniel sobre el fin del mundo en 1533. Pronto iba a llegar a Estrasburgo, territorio de Brunfels, donde se lo declaró el nuevo Elías. Se esperaba que su nuevo hogar se convirtiera en el escenario del conflicto apocalíptico final y del establecimiento de la nueva Jerusalén."
Webster, “De paracelso a Newton”

       Hoy, habitamos una crisis de la presencia, niños perdidos, seres sin mundo, extranjeros en todas partes, en nuestra propia casa. Impotentes hasta el punto de querer rebelarnos bajo el nombre maldito de "ciudadanos", de "hijos del Estado", cuando el Estado ha sido siempre señalado por todas la comunidades milenaristas y mesiánicas como el Anticristo, como la encarnación del mal, del robo y del odio entre hermanos, por ejemplo, por la simple causa de un poco de dinero, de una herencia, de una casa. De una casa, pues hoy nacemos arrojados a un mundo despiadado en el que una civilización milenaria es incapaz de dar cobijo a sus hijas.
     Alquimia es uno de los nombres de la insurrección, como tiqqun, autonomia, comunismo o anarco-bolchevique. Nombres difíciles en un mundo corrompido hasta el tuétano. En nuestro mundo están, como dicen los zapatistas, los de arriba y los de abajo. Los de arriba saben que este mundo es irreformable, pero disimulan. Y los de abajo, en occidente, agotados y confundidos, todavía desean creer en la justicia, en la idea de constitución, en las instituciones. Fascinados por la imagen del poder, golpeados y vapuleados, se han convencido finalmente de ser débiles y pequeños. Entonces, en lugar de dar un paso atrás para encontrar a los amigos, a los camaradas, y emprender el difícil camino del conocimiento, de la lucha, del amor, de la vida común y del fuego, prefieren arrojarse en los brazos de fuerzas preexistentes, que no han contribuido a construir, de la mano de reformistas del tiempo. De la mano de los que siguen la ola del poder como si fueran más listos que los linces listos. Mano envenenada que tantas veces no se da cuenta de que, paradójicamente, con su reformismo, empuja precisamente hacia la transformación del mundo que quieren los de arriba. No hablo en enigmas, hablo de la mano de los tecnófilos, de los tecno-utopistas, de los tecnopolíticos. Hablo de los gurús cibernéticos de los últimos movimientos ciudadanos.


11.  El cuidado


El fuego del que aquí estamos hablando remite sobretodo a diferentes formas del cuidado. Cuidado de sí. Cuidado mutuo. Cuidado en una formación técnica real, es decir, no tan abstracta como lógica y manual. Cuidado en el aprendizaje de los animales y plantas que nos rodean, de sus ritmos y virtudes. Cuidado en el aprendizaje de la música y la palabra y las artes. Cuidado, en el aprendizaje del combate y del dolor. Cuidado en el aprender a amar.


12.  El fuego robado


El fuego fue robado a los dioses vengativos y entregado a los seres humanos para que hiciera nuestra existencia más amable, más capaz de amar y ser amada. Sin embargo, la técnología, que con su velocidad debía liberarnos de las pesadas cargas del trabajo, lo que ha hecho es dejarnos sin tiempo. Agotados. En la urgencia, estamos tan ocupados y tan cansados.
     El trabajo y la técnología son nefastos. Lo son, a pesar de su ambivalencia, pues bénditas sean las máquinas y el saber hacer que nos facilitan la labor y la vida. El trabajo y la técnología son nefastos en tanto definidos y conformados por el Orden, por el contexto de dominación política, por la economía. Es decir, que si el modo concreto y real del trabajo y de la técnología son nefastos, no lo son según su principio interno (la actividad y el saber), sino en función del Orden, de la civilización, un capitalismo democrático y tecno-trabajista que siempre ha decidido ya la repartición de tareas y de bienes. Y que define la cualidad, el ritmo, tono e intensidad de las máquinas a las que estamos sujetos, sometidos. Como se ha dicho: “La captura de este mundo está hecha desde siempre, aunque cada día vuelva a repetirse.”
     La tecnología y el trabajo son, en este sentido, formas de una imaginación indigente. Miras hacia el suelo y la tierra, y en el estómago de las máquinas, embarrándote las manos, y eso es bueno. Luego, sin embargo, también hay que poder levantar la mirada al horizonte y a los ojos de tus amigas. Y a los de tu madre, y a los de tu hija. Hoy, no todas podemos hacerlo. La metafísica, aparentemente superada y por eso tanto más peligrosa, que subsiste en uso actual de la tecnología y el trabajo, es decir la metafísica que subsiste en la Economía, se basa en la obsesión por la medida y el control; por hacer de los seres objetos y de los objetos cosas que tiras, que rompes y abandonas. La medida y el control, el dato, el hecho, la contabilidad: la economía, siendo desde siempre – o desde Jenofonte – una imaginación indigente, precaria, pues estaba al servicio de “dominar la naturaleza”, ha acabado por adueñarse de la vida toda. Esta forma de habitar la actividad y el saber significa el triunfo del despotismo y la tiranía, de las formas Imperiales, de la idea de gobierno (de la inexcusable conducción exterior, cosificada y controlada, de los seres y las cosas). Significa el triunfo de un egoísmo triste, patético, más propio de muertos vivientes que de las hijas de las estrellas.
     Hemos olvidado que nosotras, cada una y colectivamente, no tenemos medida, no somos cosas, ni objetos, que de hecho somos contradictorias, ambivalentes, imposibles y, bajo cierto punto de vista, soberanamente inútiles. Hemos olvidado que nuestra más alta riqueza está en ser ingobernables: “naturaleza liberada”. — Mary Shelley lo describió perfectamente en su “Frankenstein”: con el triunfo de la racionalidad científica, de la economía, de la medida y de la mecánica, se abrían dos líneas catastróficas. En primer lugar, habíamos perdido nuestra íntima maravilla y el misterio general de la vida en la tierra, habíamos perdido el “volcán interior” y su capacidad de resonar entre las criaturas bajo el sol, y la luna. En segundo lugar, acabaríamos creando un monstruo, un muerto viviente alumbrado por la ciencia de las máquinas que buscaría nuestra destrucción. Lo monstruoso es sólo materia, trozos de carne uno al lado del otro, como en la playa en verano, trozos de carne tirados en el suelo, miles reunidos, pero con una soledad bestial. Frankenstein es una sociedad vacía, porque le falta como un espíritu. “Espíritu es fuerza colectiva” y manera singular de sentirla, de desbordarla, de vivirla. – Con un estilo más analítico, Günter Anders es uno de los que mejor ha detallado la “monstruosidad” radical de este mundo.