FUERZA ESPIRITUAL
08. Hoy, en occidente, la fuerza espiritual es lo más difícil
Lo más difícil de discernir y de pensar, de reconocer y de conjurar. En tan gran medida la condición de “desarraigados”, de sin tierra y sin memoria, de extranjeros en nuestra propia casa, en todas partes, se ha extendido e intensificado. De hecho, esta investigación parte de constatar esta dificultad. No sabemos bien de qué hablamos cuando hablamos de fuerza espiritual, criadas como hemos sido bajo una quebrantada civilización, racionalista, mecanicista, de raigambre cristiana, cuya hipótesis metafísica actúa de manera tanto más potente en cuanto que aparentemente ha sido superada. Superación aparente de la metafísica que nos ha condenado – como se ha dicho – a “una existencia de animal de labor”. No sabemos exactamente, pero sí tenemos algunas intuiciones y una investigación. La fuerza espiritual tiene que ver con encontrar una buena resonancia con una misma. Una resonancia más allá del ansia, del stress, de la ignorancia. Una resonancia, unas armonías, que abran el horizonte, que nos hagan más diestras y receptivas, que incrementen nuestra potencia. Paradójicamente, recuerda la mirada hacia dentro del topo en el cuento del Viejo Antonio que inaugura el blog. Hay también otras dimensiones. ¿Cómo resuenas a dos? ¿Cómo resuenas a tres o a cuatro? ¿A algunos pocos, a muchos? Resonancia de una entre los animales y plantas, entre las amigas, entre los que aman, o no, entre las casas o en su interior... La fuerza espiritual parece radicarse en los modos, en las modulaciones, singulares y colectivas, de sentir y de luchar, de amar y destruir. De estar presente. De compartir. – Una manera de darse.
“(...) La penuria externa ayuda al despertar interno; el sagrado descontento se mueve y se conmueve; algo como un espíritu – espíritu es espíritu colectivo, espíritu es asociación y libertad, espíritu es alianza de hombres, [...] –; un espíritu llega a los hombres; y donde hay espíritu hay pueblo, donde hay pueblo hay una cuña que penetra hacia adelante, hay voluntad; donde hay voluntad hay un camino, la palabra vale, pero sólo allí hay un camino. Y se vuelve siempre más lúcido; penetra cada vez más hondo; el velo, la red, el tejido pantanoso de la lobreguez se levanta cada vez más alto; un pueblo se agrupa, el pueblo despierta: ocurren hechos, se produce una acción; supuestos obstáculos son reconocidos como nimiedades, sobre las cuales se salta; otros obstáculos son suprimidos con la fuerza unida; el espíritu es alegría, es poder, es movimiento que no se puede, que no se deja contener por nada en el mundo.”
Gustave Landauer
09. Soberana inutilidad
La fuerza espiritual no es una cosa, un objeto, un ente o una sustancia. Sino una fuerza. Brilla en la presencia de aquel hombre que afirmaba contra la presentadora de la BBC “I don't call it rioting, I call it an insurrection.” Actúa, produce efectos; aparece para transformar la manera de estar presente, para trastornar; impulsa, es decir, da ilusión; abre el horizonte bajo el que habitamos; atrae hacia sí.
La encontramos así, primariamente, en la manera de darse, en la presencia, en el modo de darse el mundo en nosotras y nosotras en el mundo. Una inclinación, una cualidad que, hallando la frecuencia de vibración en que se sincronizan los cuerpos, las voces, los anhelos, resuena entre los seres y los inflama tal como hace la música.
Aquí, no se trata de pensar diferente, no se trata de pensar esto o lo otro, sino de la manera de darse y de acoger. Una puede pensar que las cabras son seres hermosos, pero la clave solamente se encuentra en la manera de darme a ellas y de acogerlas, en el dejarme afectar por su soberana inutilidad. No estar ante ellas como ante carne, leche o queso en potencia, o como ante un simple “animal” – término despótico entre los términos despóticos –; sino, como ante el misterio y la belleza de las maneras y las formas de la naturaleza. Como ante un ser animado por el brillo del mismo sol, sostenido por el mismo aire que nos sostiene, cuyo carácter muestra que no fueron escogidas al azar como símbolo de lo demoníaco, de lo ingobernable, de la locura y la ebriedad. La clave está en la atención y el cuidado que somos capaces de cultivar. En definitiva, en la capacidad de amar que un mundo, que una vida común, puede permitirse. — El desafío, para nosotras, está en la creación colectiva de una forma de vivir y de luchar que vuelva a crear experiencia, es decir, a conjurar lo inolvidable.